La división del islam entre chiíes y suníes es la mentira más voluminosa
del recién estrenado siglo XXI. La más sangrienta, y también la más
exitosa
Por ILYA TOPPER
20-05-2015
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad. He visto a suníes y chiíes tomarse una cerveza juntos en una taberna de Bagdad. La división del islam entre chiíes y suníes es la mentira más voluminosa del recién estrenado siglo XXI. La más sangrienta, y también la más exitosa.
Tan exitosa que hoy parece una verdad inapelable, eterna, base de cualquier
enfrentamiento al este de Beirut: las masacres en
Siria, la guerra en
Iraq, las escaramuzas en
Yemen, las tensiones en el Golfo Pérsico. Al lector se
le entrega un molde de dos colores, verde clarito y verde oscuro, suníes y
chiíes, que pueda sobreponer al mapa del convulso Oriente Medio y todo queda
aclarado. Son suníes y chiíes, cómo no van a matarse. Los suníes creen que los
chiíes adoran al demonio, o casi, y los chiíes creen que los suníes son perros
traidores del Profeta ¿verdad? Llevan matándose desde los tiempos
de Mahoma ¿no?
20-05-2015
Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad. He visto a suníes y chiíes tomarse una cerveza juntos en una taberna de Bagdad. La división del islam entre chiíes y suníes es la mentira más voluminosa del recién estrenado siglo XXI. La más sangrienta, y también la más exitosa.
No. La división entre suníes y chiíes se inventó
en verano de 2003. Si alguien le hubiera dicho ese año a un ciudadano de
Bagdad que en una década dejaría de ser iraquí para convertirse en suní o en
chií, probablemente no se lo habría creído. Tal vez ni siquiera habría sabido
decir en cuál de las dos categorías acabaría metido.
Miren el mapa hoy. Irak: milicias chiíes respaldadas por Irán combaten contra
el Estado Islámico (ISIS), que es suní. Siria: Brigadas
suníes de todo matiz, desde el ISIS y el Frente al-Nusra (Al Qaeda) hasta
“moderados”, contra el
régimen de Asad, que es chií (más o menos ¿no?) y por eso recibe
apoyo de Irán. Yemen: Milicias huthíes, chiíes y por lo tanto respaldadas por
Irán, contra el régimen yemení, defendido por Arabia Saudí (suní). La
gran divisoria religiosa, suníes por un lado, chiíes por el otro, ha
demediado Oriente.
Que todo esto sea falso, no importa. El Gran Juego no puede prestar
atención a esos detalles como si algo es verdad. La prensa a menudo tampoco.
Falso, sí. Quienes más tiempo llevan combatiendo contra el ISIS en
Irak son los peshmerga
kurdos: suníes. En Siria, la guerra del ISIS no se
dirige contra Asad, sino contra los kurdos (suníes) y otras milicias
rebeldes, más o menos religiosas (tras cuatro años de guerra, casi todos son
ya muy religiosos, aunque sea por aparentar), milicias que usan
la bandera del islam (suní) contra Asad y su régimen, pero ese régimen
no es chií ni por asomo; es alauí. Cierto: desde hace siglos, es
hábito colocar a los alauíes en el cajón de “chiíes”. Es más cómodo y se ahorra
uno la ingrata tarea de tener que declararlos herejes, con sus consecuencias
políticas y sociales indeseables.
Teherán, cervezas y minifaldas
En realidad, no existe ninguna semejanza entre la religión oficial
de Teherán y la que practica la población siria que más
respalda a Bachar al Asad. El nombre de la fe alauí se
supone que deriva de Alí, el yerno de Mahoma, al que los chiíes tienen en
especial estima, sí. Ahí se acaba lo que ambos tienen en común. La confesión
alauí, si bien considerada islam a efectos legales en Siria, no conoce ningún
rito, ninguna prohibición, no sigue a ningún líder religioso. En la teoría,
reconoce el Corán como libro santo y le atribuye un significado oculto, que
invalida el aparente. En la práctica, nadie conoce ese significado o nadie lo
ha divulgado jamás. A efectos cotidianos, ser alauí significa ser
agnóstico (o monoteísta no practicante). Significa cervezas y
minifaldas en el paseo marítimo de Latakía, en tiempos de paz. Si la
policía moral de Teherán se enterara...
Decir que Irán apoya a Asad porque comparten la fe chií, es tan inteligente
como decir que Moscú respalda a Irán porque Jomeini era un ferviente
discípulo de la Iglesia Ortodoxa.
Consta, además, que Asad nunca ha buscado chiitizar la
fe alauí: si algo ha hecho es sunificarla, por ejemplo
acudiendo a la mezquita en los días de fiesta, integrándose en las filas del
rezo; un rezo dirigido por un imam suní. No adoptó las ceremonias de la pequeña
minoría chií de Siria.
¿Y Yemen? Los rebeldes huthíes, una aglomeración de tribus en la frontera
norte del país, lleva una década
combatiendo contra el Gobierno. Casi igual de antiguos son
los esfuerzos por pintar este conflicto como una guerra religiosa:
los huthíes son zaidíes, una rama del islam chií que se diferencia de la iraní
en que sólo reconoce a cinco imames históricos, en lugar de los doce de los
'duodecimanos' persas.
Era fácil rebatir esa falacia: Alí Abdalá Saleh, presidente de Yemen desde
1978, también era zaidí, y también lo son varias tribus aliadas con el Gobierno
contra los huthíes. Desde que Saleh entregara, en 2012, el cetro a su
vicepresidente, Abd Rabuh Mansur Hadi, suní, es menos visible lo absurdo que es
colocar el molde suní-chií encima del mapa de Yemen. Y de repente se ha
convertido en verdad incuestionable la propaganda que los medios
oficiales difundieron durante años, sin que nadie se lo tomara en serio: que
los huthíes son unos peones cuyos hilos mueve Irán.
Ahora, alguien en alguna parte, quizás no muy lejos de Washington
DC, ha decidido que es verdad, y nadie se pregunta de qué manera Teherán ha
apoyado todo este tiempo a los huthíes. Si les estaba mandando armas y dinero,
y si era por telekinesis u otras vías. Establecida esa verdad pública, poco
sorprende que con los huthíes en el poder en Saná, tanto ellos como Teherán
hayan entrado al juego: ahora sí hay alianza.
Dios es Todopoderoso… si hay suficiente petróleo
La mentira funciona porque es útil para ambos bandos:
permite mover peones sobre una tabla de ajedrez geopolítico y aclarar
posiciones. El siglo XXI es el de las religiones, o eso va pareciendo, como el
XX fue el de los nacionalismos, y ya no sirve pegarles banderitas de colores
nacionales en la espalda a los muñecos del futbolín: Dios ha renacido y es
Todopoderoso. Si hay suficiente petróleo, claro.
Podemos fechar el nacimiento de la mentira suní-chií: verano 2003 en
Bagdad. Paul Bremer, tildado de “virrey de Iraq”, decide qué hacer
con un país sin liderazgo local.
¿Convocar elecciones? ¡Dios no lo quiera! ¡Elecciones en Oriente Medio, habrase
visto! De manera que Bremer prohíbe el partido Baaz y establece un Consejo
Gubernamental en el que reparte el poder según cuotas religiosas y étnicas:
trece chiíes, cinco suníes (árabes), cinco kurdos (suníes), un turcomano, un
asirio (cristiano).
Era la vía perfecta para convertir una capital con larga tradición política
en un cuadrilátero de boxeos tribales. Porque eso es lo que son suníes
y chiíes: denominaciones tribales, no religiosas.
Sí: la diferencia teológica entre chiíes y suníes es cero. Literalmente
cero.
No existe una doctrina chií frente a una doctrina suní del islam. En primer
lugar, porque no existe una doctrina suní. El discurso de un imam
oficial de una mezquita (suní) de Marruecos, el del telepredicador
yihadista (suní según asegura) que se vende en la puerta, y
la práctica religiosa del campesino que pasa por delante (suní según le dicen),
tienen menos en común que el Papa con Lutero.
Lo que sí hay es una convergencia de
los fundamentalismos islámicos, llámense chií o suní, hacia una
práctica común. Teólogos de Teherán y El Cairo coinciden hasta en los centímetros
de la piel que una mujer puede mostrar en público sin ser tildada de
puta. Busquen en los discursos de Ahmadineyad y de Mohamed Mursi diez
diferencias respecto a moral pública, aborto, homosexualidad, alcohol,
caricaturas, poligamia, soltería; les augura una ardua tarea.
Teóricamente, una corriente teológica musulmana podría, sin salirse de los
Escritos, declarar lícito el alcohol, establecer el límite de la decencia
femenina en el top-less, abolir la poligamia, respaldar la libertad
de apostasía y admitir el matrimonio homosexual. Pero no ha
ocurrido. Hay un enorme consenso de interpretación entre teólogos suníes y
chiíes; sus valoraciones divergentes de las colecciones de hadith,
los dichos del profeta Mahoma, no bastan para fundamentar versiones distintas
de la jurisprudencia islámica; la sharia es común a ambos. La
oración es la misma. Si bien en regiones con colectivos chiíes y suníes, como
Iraq o Yemen, era habitual que cada grupo tuviera sus propias mezquitas, igual
de común era rezar juntos.
Si el ISIS supiera algo del islam…
Hoy circulan tantas leyendas urbanas que cabe repetir: no es cierto que los
suníes consideren herejes a los chiíes o viceversa; quien no reconoce la validez
de ambas corrientes no puede llamarse musulmán. No es cierto que los chiíes
consideren a Alí su profeta, en lugar de Mahoma. No es cierto que los suníes
nieguen la legitimidad de Alí como cuarto sucesor (califa) de Mahoma. Basta con
darse una vuelta por las mezquitas otomanas (suníes) de Estambul: exhiben los
nombres no sólo de los cuatro califas, sino también, en igual caligrafía, la de
los dos hijos de Alí, Hasan y Husein, tan “venerados por los chiíes”. Venerados
por el islam, punto.
Al aprender en el colegio la historia (es decir la leyenda) del siglo VII,
los niños suníes memorizan la disyuntiva de los musulmanes de la época:
“Nuestros corazones están con Alí y nuestras espadas con Muawía”, su adversario
victorioso. Millones de suníes se llaman Alí o Husein, harto difícil es
encontrar a alguien de nombre Muawía. Nobles y reyes (como la dinastía
marroquí) en todo el mundo “suní” revindican ser descendientes del Profeta, por
supuesto a través de la familia considerada fundadora del bando chií.
¿Y la doctrina mesiánica de aguardar el Último Imam, tan característica de
los chiíes (reconocida por la Constitución iraní)? Sí, pero a los suníes, ese
mesianismo se les da hasta mejor; véase la guerra del Mahdi sudanesa
(1881-1899), o la revuelta de 1979 en La Meca. (Si los del ISIS supieran
algo del islam popular, en lugar de basar su doctrina en el orientalismo
europeo, habrían proclamado un Mahdi en vez de un califa).
Donde hay diferencias es en la práctica de ciertos festivos, especialmente
en las espectaculares -y sangrientas- celebraciones chiíes de la Ashura que
rememoran la muerte de Husein, hijo de Alí, en la batalla de Kerbala (año
680). Marcan una enorme diferencia visual frente a las sociedades
suníes. Visual. Pocos se acuerdan hoy de que en el Magreb (suní), la Ashura
también se celebra. Y, si bien en Marruecos los entendidos aseguran que no
tiene que ver con la batalla, sino que expresa un vínculo de amistad con los
judíos, en Túnez, donde se visitan ese día los cementerios y las mujeres se
maquillan en señal de duelo, no lo tienen tan claro.
Derivar de la fiesta de Ashura un enfrentamiento religioso y político entre
chiíes y suníes es tan racional como explicar las guerras napoleónicas y
el sitio de Zaragoza con el hecho de que los católicos franceses no
usan capirote ni cargan vírgenes durante la Semana Santa.
No, ni Napoleón se interesó por capirotes, ni Jomeini y Sadam Husein se
bombardearon por la Ashura. Su cruel guerra
de 1980 a 1988 se libraba entre los Estados de Irak e
Irán, entre sus pretensiones nacionales, no entre ramas teológicas.
Las tropas iraquíes que invadieron Irán eran chiíes en gran parte. Los únicos
iraquíes que se pasaron al enemigo y permitieron una contraofensiva iraní eran
kurdos suníes. A los soldados les habría sorprendido mucho que alguien les
hablase de teología.
Cuando en Oriente Medio se moría por ideologías
Porque así era la sociedad llamada árabe en la segunda mitad del siglo XX.
En los 50, en Bagdad había huelgas, manifestaciones, conjuras, tiros en plena
calle… entre cuatro grandes bloques: comunistas, nacionalistas,
baazistas y liberales. Corrientes ideológicas a las que uno se afiliaba. En
esa época, los ciudadanos de Oriente Medio elegían por qué ideas querían morir.
Hoy no se elige nada. Hoy se nace en una tribu con nombre divino, decretada
por Paul Bremer en 2003 para compartimentar la sociedad de lo que llevaba muchas
décadas siendo una nación. La prensa ayudó, hablando de jeques y
dirigentes tribales, confundiendo el Irak del siglo XXI con un remake de
Lawrence de Arabia. Luego hubo que lanzar una marea de analistas de certificada
oposición a Washington y a toda guerra imperialista, para explicarle al mundo
que “la democracia no se puede exportar” y que los musulmanes no la
necesitan porque son más felices sin ella. “Democracia” llamaron ellos al
sistema tribal-confesional impuesto a Irak para destruirlo. Si los diccionarios
tuviesen alma, se suicidarían.
Así nacieron lo que luego se dio en llamar “partidos” iraquíes: milicias
pagadas por los cabecillas del Consejo para mantener su cuota de poder asignada
por el dios norteamericano. Milicias que se dedicaron a delimitar sus
territorios y a pasar a cuchillo todo aquel en cuyo carné figurase un apellido
enemigo. Tampoco en esto hubo diferencias entre suníes y chiíes. En comparación
con los métodos que los
escuadrones de exterminio de Bagdad, chiíes y con el
visto bueno tácito del Gobierno, usaron contra los gais y lesbianas de
la ciudad, las ejecuciones del ISIS, eso de precipitar a la gente de una
torre, se podrían describir como humanitarias.
Pero ya nada de esto importa. El diseño ha funcionado, se ha conseguido
revestir la mentira de tanta sangre que al final ha tomado forma
material. Arabia Saudí y el Golfo, yihadistas e ISIS, contra Irán,
el Hizbulá libanés, el Gobierno de Irak y una guerrilla huthí. Bandos marcados
a fuego, usted morirá por quien nosotros decidimos porque usted ha nacido bajo
nuestra bandera. ¿Elegir causa? ¿Defender una idea? ¿Democracia, derechos
individuales? Usted es del siglo pasado, ¿verdad?
No, no. Aquí se combate por ser suní o chií, y lo mejor es que no importa
quien gane, no importa en absoluto, porque la teocracia diseñada por un bando y
el otro es exactamente la misma, con lo cual Dios ganará siempre, Dios
y sus sicarios. El mundo que saldrá de ese Gran Juego del
futbolín regado de sangre ya se ha decidido, Teherán o Riad, chador o burka,
horca o decapitación, usted no se dará cuenta de la diferencia.
Ahora el único trabajo que queda por hacer es triturar
entre las dos ruedas de molino a quienes pensaban distinto. A esos de
antes, que creían en cosas como dar su vida por una idea, por la
democracia, esos que, si habían conseguido evitar la cárcel y tortura de la
policía secreta de Sadam o del Sah, gustaban de darse un paseo en
parejita a orillas del Tigris y tomarse una cerveza de malteado
iraquí. Claro, eso fue antes de que ardieran los naves de ataque más allá de
Orión, antes de Bagdad, 2003.