Por JULIO REYERO (Tierra y Libertad 343, Enero 2017)
En la madrugada del 10 de enero murió Gonzalo Puente Ojea. Nació en Cienfuegos (Cuba), en 1924, y este diplomático de carrera fue siempre una rara avis de las que están en peligro de extinción. Dedicó mucha parte de su vida a la difusión del ateísmo y a la lucha por combatir la influencia que el poder religioso mantiene en gran medida en nuestra sociedad gracias a la cohabitación entre Iglesia y Estado. Recorrió significativas embajadas, pero quizá su nombramiento más polémico fue el de embajador ante la Santa Sede de 1985 a 1987. Siempre se hace referencia a la polémica de su nombramiento, pero lo verdaderamente polémico fue su destitución al negarse a participar en un acto de homenaje a los religiosos ejecutados por su relación con el bando franquista durante el conflicto de 1936 a 1939. Posteriormente no paró de dar conferencias y participar en tertulias y actos públicos hasta que la edad fue un impedimento. Era evidente que los serviles le sobrevivirían, pero sin su actividad es seguro que nuestro entorno hubiese sido mucho más hostil a la razón. Es autor de más de una veintena de libros, entre los que podríamos destacar su Elogio del Ateísmo(2007), El mito de Cristo (2000), La cruz y la corona. Las dos hipotecas de la Historia de España(2011) o Ideologías religiosas. Los traficantes de milagros y misterios (2013).
GONZALO PUENTE OJEA (21 de julio de 1924 - 10 de enero de 2017)
En otras ocasiones he conocido autores en esta materia por sus libros o sus artículos únicamente, pero esta vez tuve la suerte de cruzar mi camino con el de este hombre en varias ocasiones. La primera vez que lo vi fue durante la conferencia que pronunció en la Casa Revilla de Valladolid en el año 1995 dentro de los actos programados bajo el título de V Semana Cultural Libertaria, organizada por la CNT de la localidad. Simpatizando, pero sin haber comenzado mi vida militante, recuerdo la impresión que me causaron sus palabras sobre la peste religiosa y el respeto con el que un hombre adscrito al republicanismo y que había tenido responsabilidades de Estado trataba al anarquismo organizado y era tratado. Esa negación de las divinidades que planteaba, al igual que por otro lado negábamos la autoridad terrenal (coherencia bakuninista) fue parte de la mochila con la que inevitablemente se acababa dentro del movimiento antiautoritario, y así sucedió en mi caso.
Hubo otros actos suyos a los que asistí, pero la segunda vez que recuerdo con más fuerza fue la invitación que los compañeros de Barcelona me hicieron para participar en un mitin contra la visita de Ratzinger a la Ciudad Condal el 4 de noviembre de 2010. Sin muchas más explicaciones cogí un tren suponiendo que el acto tendría el tamaño al que estamos acostumbrados, en el que un centenar de personas es todo un éxito. Mi sorpresa fue encontrar un acto multitudinario (la Guardia Urbana habló de unas 2.500 personas) que colapsaba la plaza de San Jaime, donde se encuentra el Ayuntamiento, en el que además participaban pesos pesados como Leo Bassi o el propio Gonzalo Puente Ojea. Recuerdo que comparó los pactos de la transición a la democracia, en referencia a la continuidad del Concordato con la Santa Sede, con robarnos la cartera a todos. Una traición más aprovechando el despiste y el miedo para que todo siguiera igual.
El motivo que propició el tercer encuentro al que haré referencia ha sido una de las experiencias más gratificantes que he tenido. Se trató del rodaje de Ouróboros: La Espiral de la Pobreza. No había muchas dudas de que en un documental donde se pusiera en tela de juicio la caridad cristiana, la presencia de Gonzalo Puente Ojea era algo más que un acierto. La buena gente de AMAL (Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores) me puso en contacto con él, y aunque debido a su avanzada edad tuvo dudas, finalmente accedió a participar. En abril de 2014 nos presentamos cuatro personas en su casa y estuvimos casi hora y media grabando todo lo que nos contaba acerca de su vida, y sobre todo de la visión que tenía de la pobreza, el recorte de libertades, la explotación y las desigualdades sociales que asolan este país como tantos otros. Para el documental finalmente solo pudimos usar unos segundos, pero tanto a Rafael Fuentes como a mí nos pareció que propiciaban un comienzo excepcional a la película y esperábamos que sirviese también como un pequeño homenaje a su actitud en la vida y su consecuente obra. Queda grabada en mi memoria la lucidez con la que desde su escritorio hablaba de la importancia de la educación como motor de cambio mientras a su espalda, sobre una inmensa librería repleta de volúmenes, se hallaba una postal con un dibujo del fusilamiento de Francisco Ferrer al grito de «¡Viva la Escuela Moderna!».
Este también era Gonzalo Puente Ojea, a quien lógicamente pocos medios han prestado la atención que merecía en los últimos años y ahora en el momento de su muerte. Estaremos atentos a los actos de homenaje que se le dediquen. Desde aquí nos sentimos cercanos a quienes le querían y le apreciaban y deseamos que su memoria, y a través de ella su trabajo, pervivan como herramienta de transformación social. Seguramente Diógenes hubiese detenido su farol ante la figura de Gonzalo afirmando, por fin, haber encontrado un ser humano.